MÚSICA DE FIN DE SIGLO,
Hernán Lavín Cerda. Santiago, Editorial F.C.E., 1998. 330 pp.
Probablemente, si hay algunos de los hitos importantes del poeta Hernán Lavín Cerda, son aquéllos que su vida ha ido descifrando, como si fuese prestidigitador de la experiencia, en la conciencia y en el jolgorio de la poesía.
Nace en Chile en 1939; se radica en México, a pie forzado, en 1973. Estudia periodismo, viaja, dirige talleres; se para frente al mundo con el asombro de quien pertenece a todos los mundos o a ninguno.
Cuando me encontré en México, en enero recién pasado con Hernán, después de muchos años de memoria rupestre, pude confirmar su crecimiento en la estética de la vida y de la muerte, con la ironía y el humor del que toma distancia de la contingencia para adentrase en las ancestrales interrogantes del por qué, cuál es su sentido, hasta cuándo tantas querellas y absurdos, hasta cuándo la falsificación de las palabras. Es el Hernán en la sabiduría de un río simultáneamente novedoso y antiguo, como vino guardado en un sarcófago o como el organizador de la gran fiesta en el advenimiento del hombre que supere, de una vez y para siempre, al lobo sapiens.
Oportuna su visita a Chile; una paradoja más que depara el derrotero de la poesía en este soñar que cabalga contra el tiempo y relincha en la tempestad. Visitar la propia casa, reconocerse en el vínculo de su país natal que podría ser, a esta altura de su vida, el espacio sagrado "del nunca jamás". Y nos visita con su Música de fin de siglo, mercadería poética de uso público para darle oxígeno a nuestras contaminadas calles y barrer en los períodicos las rutinarias y pesadillescas noticias sobre el "paciente inglés", vitalicio en Chile y redentor del mundo en su propia evanescencia.
En un tono familiar, no carente de solemnidad y respeto por el amigo, quisiera referirme muy brevemente a la poesía de Hernán, entrando por el hilo de Ariadna a la madeja de su antología que presenta, en estos días, la editorial Fondo de Cultura Económica para: México, Argentina, Brasil, Colombia, Chile, España, Estados Unidos, Guatemala, Perú y Venezuela.
Son trescientas quince páginas de apretada selección, en las cuales el lector, desde los primeros textos de "Ciegamente los ojos" (poemas de 1962 a 1976), hasta los últimos de "Alabanza del vuelo y otras visiones" (1996), se siente emprendiendo un viaje aguas arriba, remando hacia la superación y expiación, huidiza y sostenida, en las entrañas de un proyecto que se va desarrollando apoyado en el andamio del aire de la luz, del vértigo y del silencio, del juego erótico y del absurdo social, del humor que llora, pero que no confía en el llanto, de la avalancha metafísica que entra y sale del lenguaje como si éste fuese la rampa de una nueva cohetería que va al cielo para bucear en el abismo.
Vicente Quirarte, discípulo de Hernán que prologa la antología, además de referirse a la docencia y a la escritura de quien considera su maestro, habla del "hernanismo laviniano" en el contexto de las tradiciones y de los discursos actuales de la poesía latinoamericana. Propone sintéticamente un decálogo a la usanza de los viejos manifiestos que pretendieron conceptualizar el empeño creador y su impacto de una ética comprometida con ciertas tendencias y modelos de originalidad. Los tópicos se refieren a las influencias naturales o buscadas, a las dificultades de percepción de ámbito personal, público y cotidiano, sin omitir la importancia de la infancia del autor, su proceso de concienciación o el razonable intento por forjar su propia historia, hasta llegar a concebir a Dios como a un poeta de vanguardia que se ignora. En efecto, qué es la realidad sino un invento a través del lenguaje, como se versifica en el texto Memorial de algunos descubrimientos, desde el cual se sale del mundo adánico y cavernícola, de la infancia ingenua y del animal indómito, al impulso dogmático de la antropofagia: "Y bailábamos alegremente junto al fuego del primer día,/porque aún se inventaba la simulación del lenguaje ". Se evidencia que esa simulación, esa suerte de prevaricación con la experiencia y la poesía, comienza al interior de la familia y en el currículum oculto de la adolescencia, escuela que se esmeró en superponer el " instrumental quirúrgico" de la pedagogía literaria por encima del placer y del gozo del verbo y de la entrega lúdica y desinteresada del artista.
En esta primera y rápida lectura, me detengo en poemas altamente logrados y lisonjeros de la buena salud de la poesía, a pesar de los agoreros que la declaran artículo suntuario, semimuerto y que no se vende como la avalancha consumista de los alimentos transgénicos que irrumpen en los mercados para la muerte del hombre.
En el libro La nuevas tentaciones, el poema intitulado "La visión objetiva", descubre la hipótesis de las hoy llamadas ciencias complejas, cuya discusión se abre a la superación del platonismo y del decartesianismo en el discurrir de la modernidad renacentista que separaba las categorías de alma, cuerpo y realidad desde una objetividad a ultranza que desgarró y extrañó al hombre, por siglos, de su propia naturaleza, de su único lugar de residencia que es la vida en su cuerpo. Por eso que no es fortuito que esta Música de fin de siglo a través del texto "El miniaturista se divierte ", el milenio finaliza su cometido calendario con fuegos de artificio, en el universo de Federico Fellini junto a la iglesia de la Candelaria en Coyoacán. Siguiendo por esta misma huella, el Sujeto Lírico avanza con su mismo impulso religioso a través del texto Casi todo es antimateria y En medio del bosque, con humor e ironía, hacia la insistente pregunta qué es el hombre ("una patología condenada a la guerra" ) y, de este modo, escribe y declara su opción: prefiero "morirme de tortuga, de pez erizo, de océano que felizmente carecen de inteligencia". Y graciosamente se infiere que muchas culturas se han agotado por ocupar sus energías pegándole a sus miembros con un palo en la cabeza.
Para mi gusto, los poemas más sugerentes, expresivos y telúricos que abren y estremecen la emoción del lector, son "Cada uno se despide" y "Alabanza de aquel vuelo"; en ambos se encubre y se descubre la voz que supera la barrera del silencio para despedirse y no irse de este mundo:
"Supongamos que me despido de tus labios que descubrí en 1957, / cuando eras casi una niña, mejor dicho un ángel/ de ojos inciertos como los de aquel caballo/ que todavía nos mira con algo de estupor y de tristeza/ desde la profundidad del bosque lleno de nogales ".
Con el fragmento "La alabanza del vuelo", se cierra el círculo de conversaciones con la humanización y el desparpajo del hombre en la íntima experiencia del nacer y del morir. Se testimonia la muerte del padre, en el verano de 1947, a los ocho años de edad. Es el instante, vertiginoso y delirante, en que el enigma ya no se dejará seducir para abrir las puertas a las sombras del destino. Julio Lavín Cayuso ha muerto. Se toma conciencia de algo que vendrá, pero que no se sabe qué es y el niño Hernán contempla a su padre como si fuera "un lagarto de respiración moribunda".
Sabemos que en la memoria se alimenta el devenir; y curiosamente en ella anida el olvido para no enloquecer. Por eso, como afirma Benedetti, es fácil comprender por qué el "olvido está lleno de memoria". La poesía de Hernán rebasa las expectativas de la crítica cultural y de la cirugía literaria que sólo ve en ella sicologismos, abstracciones y símbolos. Situada en la geografía inconclusa de un tiempo aciago que no se buscó, pero que se debía asumir, Música de fin de siglo es una obra que aumenta el caudal de la rica tradición lírica chilena e hispanoamericana.
JOSÉ DE LA FUENTE A.
http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0716-58111998001100021&script=sci_arttext
Anyela Molina Rosales CI :19597827
sección 2
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